Si entendemos nuestro comportamiento automático como la compulsión a la repetición que nos hablaba Freud; podríamos decir entonces, que todos somos adictos.
Si entendemos la personalidad como la máscara que tapa al Ser; el carácter no es más que una adaptación defensiva, un sistema de respuestas aprendidas (desactualizadas), y que ciertas repeticiones neuróticas, que “prometen” un alivio instantáneo, en definitiva nos alejan de nuestro bienestar y nuestra verdad (el Ser).
En alguna medida, todos somos adictos. Y aún sabiendo los daños que nos ocasionamos, seguimos por las vías de las respuestas mecánicas.
Sabiendo que es sólo un alivio y no la solución, seguimos repitiendo los patrones infantiles, dejándolos que conformen el guion de nuestra vida actual.
Hay una adicción madre todas las adicciones: esta compulsión a llenar el vacío. La “imposibilidad” de soportar el dolor (que es parte de la vida). La avidez por la satisfacción inmediata.
Elegimos la esclavitud, el dulce envenenado, porque es, aparentemente, menos riesgoso que soportar el vacío de adentro.
Elegimos llenar el vacío, aunque sea con basura, con la mentira de una salvación que nos aprisiona cada vez que la elegimos.

Ese mecanismo defensivo de la infancia, ese “chupete” que mordemos hasta tragarlo, parece alimento, pero no lo es. Tan sólo es accesorio artificial que nos mantiene enfermos.
Cada vez que elijo desde la herida me aseguro un bocado indigesto.
Porque la respuesta es sin actualizarnos al “paisaje” y a los recursos actuales, sin chequear en nuestro interior nuestras verdadera necesidades, nuestro verdadero alimento.
Y si bien, tal vez la herida fundamental sea irremediable, en su totalidad al menos, también es cierto que no es lo mismo elegir “con mi herida y todo”, que “desde mi propia herida”.
Elegir desde la herida, es dejar que el pus lo “ensucie” todo. Es permitir que se despliegue todo un repertorio de respuestas, creencias, etc, a las que estoy acostumbrada, pero que no responden al estímulo actual ni me hacen ningún bien.
Sin embrago, consciente de mi herida, puedo elegir lo más sano dentro de lo posible aquí y ahora.
Entonces, tal vez nuestra personalidad no sea un gran problema en la”normalidad”, pero cada vez que aparece algo que nos duele, nos enfada, o nos hace sentir acorralados, se activa una respuesta (pensamientos, sentimientos y actitudes) que, cual droga, pareciera vendernos una vía, una salida, pero que, finalmente, solo empeora el panorama.
Tal vez sea imposible no sentir esa falsa necesidad de liberación momentánea (que se siente muy real por cierto), tal vez el adicto siempre, ante un conflicto, tenga ese impulso desde las entrañas, y aquí es donde la red es más fundamental que nunca.
Elegir esos espacios con otros que comprenden, apoyan y guían mi proceso hacia una vida saludable. Donde pueda compartir y nutrirme también del proceso de otros. Donde sostener y ser sostenida. Donde nunca me sienta ni tan sola ni tan incomprendida. Que me recuerden cómo volver al centro cuando me pierdo un poco.
Tal vez sea un trabajo para toda la vida, pero ¿Cuánta más VIDA ganamos en la salud?