Despedimos el 2020

La crisis suele ser como un despertador de la consciencia. ¿Será que en la pérdida es más claro el valor de lo verdadero?
Despedimos el 2020

¡Qué año! ¿Verdad?

¡Pienso tantas cosas! Vivimos verdades tan profundas.

Me encuentro agradecida. Porque, una vez más, la crisis ha hecho despertar muchas herramientas y capacidades que desconocíamos.

Porque este sacudón nos devolvió la mirada hacia lo simple y hacia lo realmente valioso.

Agradecida por los grandes maestros. Aquellos que, generosamente, se compartieron y nos acompañaron. Pero no hablo solamente de los más reconocidos, sino también del humilde gesto amoroso de compartir de alma a alma.

Y aunque aun no ha terminado y probablemente siga siendo un gran desafío, siento mi fe intacta.

Todavía creo que el amor es siempre la respuesta. Vuelvo a confirmar el poder de la tribu y del autoconocimiento, que son clave para generar vínculos cada vez más sanos.

2020 lograste desilusionarnos, que bueno! Como nos enseñaba Claudio Naranjo, tenemos que desilusionarnos de nuestras ilusiones que nos impiden SER. Quitar los velos para poder volvernos esenciales. Volvernos hacia la esencia, sin distraernos tanto con los destellos de humo.

Nos hicieron creer que había que sanar. Que había algo malo que quitar de nosotros. Que teníamos que esforzarnos por llegar a alguna parte. Que teníamos que hacer alguna cosa especial para ser dignos de vivir la vida.

Nos dejamos guiar por ciegos. Pero el 2020 nos movilizó lo suficiente para dejarnos entrever lo verdadero.

No se trata de sanar, sino de entender que esa herida fue un portal para buscarnos adentro. Que tal vez no cierre nunca, pero que podemos vivir con ello. Podemos ser felices a pesar de todo. Y que podemos elegir vivir desde nuestros recursos y no desde nuestras carencias.

No se trata de que tenemos algo malo, sino de que nos estamos defendiendo. Y, como dicen por ahí, en el amor y en la guerra todo vale. Pero también podemos dejar de defendernos de fantasmas y hacernos conscientes de lo poderosos que somos, lo fuertes, lo valiosos… y cuando nos reconocemos ahí con humildad, no existe necesidad de estar a la defensiva.

No se trata de llegar a ninguna parte, ni lograr ningún mérito, ni tener tal o cual reconocimiento, porque la felicidad buscada desde el exterior no es más que una jaula. Se trata de encontrar la paz adentro que supera a nuestras ilusas ideas de felicidad.

No se trata de hacer nada especial, salvo amarnos. Amarnos siendo, en cada paso y en cada cicatriz. Amarnos y recordar que dignificamos la vida cuando la agradecemos y disfrutamos.

Por mucho tiempo creí que el trabajo personal era convertirme en mi mejor versión, hoy me doy cuenta que mi mejor versión es cuando simplemente soy todo el amor que habita en mi, en mi y en todos.

No ignoro el dolor, las pérdidas, las muertes, que son parte también de esta experiencia. Pero si hay algo que aprender de la muerte es a valorar la vida. Honrar la vida, tomando, agradeciendo y celebrando lo que nos toca.

La crisis suele ser como un despertador de la consciencia. ¿Será que en la pérdida es más claro el valor de lo verdadero?

Pienso y recuerdo todo lo transitado este 2020. Tanto por agradecer.

Nos descubrimos. Nos recordamos vulnerables. Nos permitimos sortear algunos miedos. Y nos enfrentamos a lo cambiante y la impermanencia, tal vez, como nunca antes.

Mientras veo irse este año, me quedo con la satisfacción de no haberme resistido. El inmenso aprendizaje de que, en medio del huracán, existe un centro calmo. Y si logro estar ahí, si logro volver ahí, puedo hacer algo realmente bueno para mi y para otros.

Aprendí un nuevo significado de la palabra confianza. Que no me garantiza que la realidad exterior responda a mis necesidades o expectativas. La confianza de saber que cada uno de nosotros tiene los recursos necesarios para integrar lo que la vida nos trae.

Aquí, a mis 37 años, me reconozco una eterna aprendiz, de todo y de todos. Pero sabiamente infinita en la unidad con todo y con todos.

Tú eres tú y yo soy yo, y somos uno, aunque no nos percatemos.

Somos barro y somos estrellas.

Individuos, e inseparables.

2020 gracias por recordarme tantas verdades, y tanto amor en mí y en todo.

Aquí en estas líneas, honro el proceso. Dignifico el camino, que es tan diferente y tan parecido en cada uno.

Soló en la intimidad de nuestros corazones, cada uno sabe lo que costó, lo que cuesta y lo que vale.

Honremos el valor, la templanza, la fuerza de voluntad, el coraje, la fortaleza y todo lo que significa sostener nuestro proceso.

A vos que me estás leyendo, a vos te celebro!

Que seguís intentando, buscando, confiando, caminando…

GRACIAS por otro año compartido. GRACIAS por ser parte de esta red.

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