Rescatarnos desde adentro

Nuestra sanación es asunto nuestro. Es nuestra responsabilidad sanar. Dejar de pedir afuera y sostenernos fuerte adentro.
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Alguna vez esa niña, ese niño que fuimos sintió que no era amado tal como era.

Sintió el vacío desgarrador de una soledad abrumadora.

Esa herida fundamental, a los ojos del adulto, puede parecer una zoncera. Sin embargo, allá en la infancia, estructuramos todo un mecanismo para defendernos de ese dolor.

Ésa es la herida que habita, aún hoy, en el fondo de cada uno de nosotros. Ésa es la cicatriz que abrimos cada vez que nos volvemos a dejar solos. Sí, nosotros mismos nos dejamos solos.

Cuando permitimos que una crítica nos haga sentir vulnerables. Cuando pretendemos ajustarnos a los moldes de otros. Cuando nos castigamos soportando aquello que nos daña. Cuando evitamos hacer los movimientos que necesitamos.

Nos dejamos solos cuando no preservamos nuestra propia integridad. Cuando nos desviamos del propósito del alma. Cuando no nos escuchamos a nosotros mismos. Cuando nos cargamos de exigencias vanas. Cuando callamos lo que importa. Cuando no nos perdonamos. Cuando no nos propiciamos los espacios necesarios.

Nuestra sanación es asunto nuestro. Es nuestra responsabilidad sanar. Dejar de pedir afuera y sostenernos fuertemente adentro.

Nuestros héroes somos nosotros mismos.

Lo importante de la herida es aquello que estemos dispuestos a hacer sanarla.

Nosotros, que somos conscientes de nosotros mismos, no nos dejemos solos.

El rescate es desde adentro.

Mimate preparando el mate como te gusta, aunque lleve 5 minutos más que tomarlos de la pava a las corridas.

Abrazate diciéndote algo lindo, porque es cierto y porque no es ego reconocer que hay algo que te gusta. Hay un rasgo que te hace única, único y si no lo ves vos tampoco vas a aceptar que otro lo vea.

Cuidate desenchufando el noticiero y apagando el celular, quedate presente ahí donde estás, tal vez poco a poco empieces a escuchar tu cuerpo y serle fiel.

Mimate dándole crédito a las señales de tu piel, date una caricia de autoestima renunciando a las cosas que drenan tu energía y no te alimentan. Escuchá tus células, ellas crean y recrean este ser que sos.

Abrazate pulsando el ir hacia afuera y hacia adentro, estar para vos y para los demás, recibir y dar, abrir y cerrar. Permitite ir y venir de tus ideas, probá los polos, habitá luz y sombra, porque somos todo.

Cuidate recordándote lo que sí funciona, lo que sí haces bien, las cosas que la vida te regala día a día y las que lograste construir en todo este tiempo, Reconocete. Valorate. Así no forzás al destino a traerte gente que te señale donde vos no te estás queriendo bien.

Mimate pudiendo pedir ese abrazo que hace falta, en silencio y sin explicaciones. Animate a transitar tu vulnerabilidad sin sentirte invalida, invalido.

Abrazate desoyendo la frenética critica (tuya y de otros), ocupate de lo posible y lo imposible soltalo al viento, él sabrá acomodarlo. No renuncies a tus sueños, pero no permitas que estos, por lejanos, pesen. Hoy, aquí y ahora construí los cimientos. Formate, forjate, querete… y vas a ver como todo llega a su perfecto tiempo.

Cuidate recordando las cosas más importantes: jugar y descansar. Rodá en el pasto, buscale las formas a las nubes, y reíte con la vida. Nadie dijo que tuviera que tener tanto protocolo el vivir.

Y cuando todo salga mal, reite el doble y volvé a intentarlo… porque, después de todo, somos simples aprendices.

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